Mi viaje iniciático

María Pérez de Arenaza

 

 

La primera salida de trabajo de campo fue a Extremadura: Cáceres ciudad, alrededores y provincia de Badajoz. Me acompañó mi hermana Lucía, fuimos en pleno agosto, bastante asustadas por el calor que nos esperaba, pero volvimos de allí tan entusiasmadas que durante un tiempo solo me salía hablar de Extremadura. Y, desde luego, me sirvió para reafirmarme en mis ganas de seguir adelante con el proyecto. En Extremadura se palpa vida por todos sus costados. Nos recibió gente espléndida, deseosa de compartir con nosotras sus oficios, su saber hacer y sus inquietudes. Hablamos con ganaderos, pastores, silvicultores, artesanos, propietarios de fincas, investigadores y representantes de asociaciones, todos ellos volcados en poner en valor la riqueza de su tierra. Aprendimos las virtudes de la ganadería extensiva y de la trashumancia para regenerar y conservar el bosque de dehesa, prácticas tradicionales para asegurar una tierra fértil, árboles sanos que den sombra, cortafuegos naturales, la fijación del carbono en el suelo…, en definitiva, para conservar un entorno único, exclusivo de la Península Ibérica, tierra pobre y, sin embargo, riquísima en biodiversidad, que produce calidad de primera y goza de un paisaje bellísimo. La dehesa es uno de los ecosistemas más ricos del mundo, es el Sistema Agrario de Alto Valor Natural más extenso de Europa. Y es tremendamente frágil.

 

‌‌

 

Nos contaron también propuestas tradicionales e innovadoras que están en marcha para recuperar una de sus mejores materias primas, la lana merina; y proyectos de innovación con fibras naturales que vienen directas del bosque. Visitamos un centro de fabricación de tinajas hechas a mano y sin molde desde el s. XVIII, las trabajan y almacenan en unas naves inmensas y verlas amontonadas resultaba espectacular. Nos recibió también un alfarero encantador que nos contaba el proceso de elaboración de sus productos, mientras daba color, con mucho tiento, a una jarra salida del horno; y nos metimos en las tripas de una empresa familiar dedicada a la producción artesanal de la torta del Casar, galardonada internacionalmente. Patrimonio natural y cultural e innovación de la mano de productores, emprendedores, investigadores y todo tipo de colectivos que participan en el proceso de desarrollo y gestión de forma transversal, colaborando juntos para que Extremadura recupere, mantenga y potencie su patrimonio. Todo ello gracias a personas concienciadas, con iniciativa, incansables e interesantísimas, que se dedican a pensar, a rescatar, a promover y a buscar nuevas formas de pasar a la acción.

 

 

Gente con alma que ama su tierra y sus raíces, y que no está dispuesta a verla languidecer. Saben que es un trabajo difícil, que requiere lucha, energía y tesón, pero todos ellos están volcados en un esfuerzo común para dejar un legado con un gran potencial a las generaciones más jóvenes, para que Extremadura siga siendo un lugar excepcional, con productos locales excelentes. Nos dio la impresión de estar dentro de un gran laboratorio rural, donde se buscan incansablemente nuevas formas de trabajar más consecuentes con el entorno. Un laboratorio de ensayo y error que culmina en nuevas prácticas que sirven de reclamo para el resto de los productores.

 

A cada visita íbamos por bellísimas carreteras comarcales que recorren campos abiertos de dehesa, salpicados de castillos templarios encaramados sobre cerros vigilando el ganado que pasta plácidamente. Buscábamos aquí y allá lo antiguo y lo contemporáneo, una pequeña joya visigoda perdida entre un campo de olivos, la basílica de Santa Lucía del Trampal; una ermita mudéjar tatuada toda ella en su interior con frescos del s.XVII, la Virgen del Ara, apodada la “Capilla Sixtina de Extremadura”; un antiguo lavadero de lanas en medio del paisaje fantástico de Los Barruecos, reconvertido en el Museo Vostell Malpartida, que alberga la colección estrambótica de uno de los artistas más representativos del s.XX, el alemán Wolf Vostell, y un enamorado del mundo rural extremeño; también la ampliación del Museo de Arte Contemporáneo Helga de Alvear, proyectado por Mansilla y Tuñón, que lleva el nombre de su fundadora la galerista y filántropa de origen alemán. Monumental también Trujillo y el imponente Teatro Romano de Mérida con su museo de arte romano, el acueducto de los Milagros, que se construyó para llevar el agua desde una presa romana aún en uso; el ajuar funerario tartésico de Aliseda y muy cerca, en la Cueva de Maltravieso, una de las huellas de arte neandertal más antiguas del mundo…

 

 

Campos de encinas, alcornoques y olivos, toros, cerdos, vacas, cabras, ovejas blancas de muy diversas razas y un puñado de merinas negras, que las cuida Miguel junto a su familia, como si custodiara un tesoro. Miguel es todo un personaje, un ganadero idealista en La Siberia extremeña, que se ha propuesta recuperar esta raza autóctona, entre otros animales que también están desapareciendo, y que da la mejor lana de Europa (eso sí, son negras). Mastines vigilantes, águilas imperiales y buitres negros planeando sobre nuestras cabezas, cigüeñas negras, garzas y ciervos preparándose para su momento de la berrea, almazaras, viñedos y bodegas, comida campestre con migas, queso de las cabras que por ahí pastan, jamón ibérico de bellota 100%, sobrasada morcillera y vino de la Ribera del Guadiana, fincas rústicas espectaculares, y un cortijo de recreo maravilloso, perdido del mundo, en un paisaje de encinas que no alcanza el final, con un jardín de rosas y nenúfares y la sombra de una higuera imponente, listo para alojarte y experimentar, entre muchas otras propuestas, uno de nuestros ritos ancestrales, la matanza al estilo tradicional. 

 

 

Todo bajo un cielo implacable, sin una nube y, sorprendentemente, soportable. No nos dio tiempo a más. Pero hay mucho más por descubrir, disfrutar y aprender en Extremadura, una tierra con Historia (tierra de conquistadores y transfronteriza, que fue una potencia internacional en industria textil y con una cultura ganadera responsable de gran parte de paisaje de nuestra península), repleta de pequeñas historias de amor y respeto por un legado cultural que se ha ido transmitiendo a lo largo de generaciones, gente con grandes ganas de seguir adelante apostando por el futuro, el suyo y el nuestro. Esto es un ejemplo de la España rural que se está construyendo, y, visto lo visto, nos quitamos el sombrero. Como dice Rosa María Aráujo, alcaldesa de Tamurejo, un pueblo de La Siberia extremeña recientemente nombrada Reserva de La Biosfera: “Lo más valioso que tenemos en la comarca son las personas que habitan en ella.”

 

Nos morimos de ganas de compartir personas y lugares así con vosotr@s y descubrir qué hay y quién está detrás de todo lo que vamos a disfrutar.